No soy médico, pero sé que el trastorno bipolar afectivo se caracteriza por la alternancia de períodos de euforia y de depresión; es un trastorno serio que debe ser medicado. Es poco común, pero en días recientes he concluido que existe una escuela, instituto o academia a donde se dirigen todas aquellas personas que tienen que tratar con público y brindan atención al cliente, y allí les enseñan, lo que debe llamarse: un trato bipolar al cliente. Porque de otra forma no se explica que alguien que aparentemente está calmado y risueño en cuanto usted (el cliente) le hable, pase a gritarle, morderle o ignorarle. Si fuesen casos aislados me inclinaría por el trastorno bipolar, pero como son todos aquellos que tratan con público, tengo que concluir que es una conducta aprendida. Ejemplifico:
* Escenario I, La Panadería, póngale el nombre que Ud. quiera: Son casi las 7pm. Salí del trabajo a las 6, con hambre, pero, sin ganas de cocinar. Resolví: pan con queso pa`to el mundo, y al que no le guste que se exilie. Espero ser atendida. Hay varias personas delante y todos gritan o intentan colarse. Este año decidí ser feliz, así que espero pacientemente. ¡Al fin mi turno! Me encuentro con un(a) dependiente que me ignora y habla con otro, cuentan algo muy gracioso, ríen a mandíbula batiente, le gritan a otro(a) que está más allá, repiten el chiste y ríen más alto. Espero hasta que al fin me mira. Pero la persona que reía alegre voltea hacia mí completamente amargada, con cara de asesino en serie que chupa urupagua, me mira y espeta un regañao ¿Qué desea? Un kilo de pan, por favor, digo bajito. El dependiente se dirige a servirme el pan y una vez más se obra el milagro, allá, lejos de mí, con sus compañeros, ríe, es amable, alegre. Voltea, bolsa en mano, nuevamente con la cara de asesino, la lanza y me mira como diciendo ¡Circulando, pues! Yo corro, corro por mi vida, voy sin dignidad humana, toda me la pisotearon como si no hubiese ido a comprar sino a mendigar, pero llevo pan para la cena.
* Escenario II, El Banco, en todos es igual: pedí permiso en el trabajo para llegar tarde. Voy al banco, dije; todos entendieron. En este país ir al banco es una tragedia griega. Llegué temprano, antes de las 8, pero mil más pensaron igual y soy la 1001. Abren las puertas, la cola avanza ordenadamente, cuando tomo número soy la 1568. ¿Cómo es posible? Lo ignoro, pero no importa, decidí ser feliz. Inicia el calvario, una hora y sólo han atendido 20. A veces sucede que un cajero tiene el mismo número durante 15 minutos y atiende 3 personas, como ahora cuando pasa una niña que está tan bella que me pregunto ¿Será real? Ella, toda juventud, coquetería y belleza, pasa hasta uno de los cajeros, él la atiende con una sonrisa tan descomunal que ilumina el recinto. Me pregunto ¿Y este es el mismo, que hace unos minutos regañó a una ancianita que podría ser su abuela, la devolvió a llenar la planilla y a que pidiera otro número aunque la señora casi lloraba y le pedía que la ayudara porque no sabía leer? Luego pasa un tipo que se quiere colar, acaba de llegar y pienso que lo regresarán por abusador, pero no, con él se ríen, cuentan chistes (el abusador trajo obsequios para todos los cajeros), cuando ¡al fin! Luego de 4 horas, toca mi turno el cajero bipolar me atiende, ni los buenos días me da y además me regaña: ¡Faltó la fecha! Afortunadamente no me envía a pedir número nuevamente. Me voy sin dignidad y pensando que si uno no está bueno o es corrupto no es nadie. La norma es que te maltraten no que te traten bien, como mereces. Y uno termina por creer que merece ser vejado y gritado.
* Escenario III, Dependencia Pública, cualquiera sirve: llego a un lugar que vio mejores días, que está sucio y manchado, a pesar que tiene varias cifras de presupuesto y que hay 5 mil empleados encargados del mantenimiento y limpieza de estas 4 oficinas. Pregunto en información. La persona que allí atiende desayuna en la mesa del trabajo mientras habla por teléfono y se ríe con la boca llena de comida. Espero. Cuelga, traga y me grita ¿Qué quiere? Si, leyó bien, no qué desea sino qué quiere. Le informo mi petición. Me indica como si yo fuese entupida: debe ir a la puerta de al la do. Nuevamente comen y hablan por teléfono, pero acá gritan: ¡Espere que estoy ocupao! (Imagino que la debe estar llamando de la ONU y por eso primero conversa y luego hace su trabajo) Luego, con una cara capaz de hacer que cualquier boxeador profesional se asuste y tire la toalla, me indica: llene esta planilla, llévela a contraloría, luego a secretaría y luego regresa. E inmediatamente enmudece y me ignora. Sucede que todas esas otras dependencias están en los escritorios adyacentes, y aunque todas las personas escucharon la primera vez debo repetir mi petición en cada escritorio, en donde sucesivamente me sellan, chequean el sello y colocan una estampilla, cuando regreso al primer escritorio le colocan un sello a la estampilla. El proceso tardó 5 horas y me mal atendieron 5 personas aun cuando sé que una sola, en 10 minutos, puedo haber hecho todo. No critico tanto la burocracia, entiendo que la gente necesita empleo para comer y mantener su familia, como que todas las personas que me atienden son amargadas, con cara de asesino chupador de urupagua, pero sólo mientras me atienden. Luego, entre ellos, son una mañana de pascua, llenos de color y fiesta.
De modo que creo que debo felicitar a quien dirige esta escuela a donde van estos empleados, porque el trato bipolar al cliente es todo un éxito.