Renuncio a mi Príncipe Azul
Mis amigas más cercanas pueden dar fe que siempre he criticado a esas mujeres que pasan la vida esperando al príncipe azul que vendrá, ya no en un blanco corcel, sino mínimo en un Mazda 6, a rescatarlas de la odiada soltería y las entregará al "felices para siempre" de los cuentos.
Siempre he pensado: ¡Pobres mortales! No saben que luego del "Fin" de la telenovela, la protagonista ha de quitarse el vestido blanco y ponerse cómoda para encargarse de la casa. Parece que con el: "Acepta usted a fulanito por esposo, para amarlo y respetarlo hasta que la muerte los separe". Hay un "y se compromete a hacerle desayuno, almuerzo y cena, a lavar, planchar, limpiar, atender los muchachos que pa eso los parió, a estar bella a pesar de la jornada diaria maratónica, se compromete a no engordar porque el gordo barrigón y calvo de su marido puede buscarse a otra con esa excusa, a no celarlo y otros literales que en este momento no recuerdo".
Mi discurso feminista de la izquierda no me ha impedido alegrarme sinceramente por aquella que cree que encontró al hombre de su vida, que decide casarse y me invita al jolgorio y la pachanga. Me alegro, voy, la acompañó y pienso: "ay dios y ahora es que inicia la transformación verdadera. Porque este príncipe en cuanto lo besen seguro se transforma en sapo".
Y mientras tanto yo, que soy muy crítica y medio intelectualoide me he dedicado a buscar un Sapo, sin grandes aspiraciones de Lord, Marqués mucho menos de Príncipe. Me he dedicado a buscar un hombre normal, pero, recientemente, hablando con una amiga sobre mis aspiraciones del hombre normalito; ella, más crítica que yo, me dijo: Mija, pero quien está buscando un Príncipe eres tú.
Ello me llevó a pensar y reflexionar profundamente sobre el asunto. Mis amigas, esas que ahora son la señora de fulano, vieron a su Príncipe (todos somos príncipes y princesas los primeros 4 meses de relación) y lo besaron y lo besaron hasta que el susodicho se les transformó en Sapo. Y aún así lo siguieron besando y lo quisieron más. Ellas saben que el tipo con el que están no está bueno, pero aún así les gusta. Ellas saben que él no tiene moral para decirles gordas, pero aún así lo quieren y se desviven para estar bellas para su batracio; yo en cambio espero un ser crítico que se mire en un espejo antes de siquiera osar pensar señalar mi figura. Ellas saben que su amado el día que lave un plato espera mínimo un aplauso, que le den una condecoración o que lo lleven al panteón nacional cuando muera, y ellas lavan sus platos y una vez al siglo cuando él lava el suyo (sólo el suyo, ni loco va a lavar todos los platos con ollas y demás) le dicen muchas gracias mi amor por lavar tu plato y lo llenan de besos; yo en cambio quiero un hombre que comparta los quehaceres domésticos porque ambos trabajamos y llegamos cansados. Ellas cocinan toda la semana y los fines de semana lo siguen haciendo hasta que, por gracia divina, el señor sapo decide comprar una pizza. Ellas afirman que esa es su forma de decir: descansa negra, no quiero que cocines hoy. Yo en cambio quiero uno que comparta todo a mitad y mitad, si cociné ayer, hoy te toca a ti mi amor porque yo no soy esclava. Ellas saben que lo más que le sacarán a sus maridos será un: porqué no te pones mejor el vestido aquel, ese te queda bien. Yo aspiro que el tipo me diga: amor con el vestido aquel te ves bellísima, arrebatadora, póntelo, por favor. Y por ahí me deje ir. Y ¿Pueden creer que he llegado a la conclusión que quien busca un príncipe soy yo? Ese que busco no existe. No lo voy a encontrar. Desde ahora lo anuncio: Renuncio a mi príncipe azul y me declaro en busca del sapo, pero eso sí, del menos feo.
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